Los problema relacionados con el aparato digestivo en el autismo tienen una gran relevancia, dado el negativo impacto que generan en la calidad de vida de la persona y la manifestaciones conductuales que genera. Del estreñimiento a la diarrea, los desordenes de alimentación, problemas de conducta asociados, y un largo número de efectos que han generado incluso todo tipo de teorías, a cual más extraña, sobre modelos de intervención en personas con autismo.
Hay diversos factores de importancia que debemos considerar, ya en el artículo “Autismo, infancia y problemas del aparato digestivo(1) destacábamos el hecho de que la prevalencia de los trastornos funcionales gastrointestinales como motivo de consulta en la edad pediátrica es muy alta y supondrían alrededor del 10% de las consultas de atención primaria y hasta el 50% de las consultas de gastroenterología pediátrica, esto en lo referido a la población pediátrica general. Es decir, que los problemas del aparato digestivo son bastante comunes, aunque en la población con trastornos del espectro del autismo (TEA) su impacto parece ser mayor, principalmente en los reportes familiares. Y esta situación ha generado un inmenso volumen de estudios sobre alteraciones del aparato digestivo y el autismo, siendo en la actualidad el estudio de la flora intestinal uno de los campos de mayor relevancia, aunque no solo en el autismo claro.
Sabemos que la calidad de nuestra flora (o microbiota) intestinal es fundamental para el procesamiento de los nutrientes, y que una mala calidad de esta flora incide de forma negativa en la salud. Sobre este particular hay cada vez una mayor base de estudios que están incidiendo en la importancia que este tipo de alteraciones de la flora genera en la salud digestiva y de su relación con aspectos conductuales e incluso, cerebrales.
Un estudio publicado en febrero nos habla de las infecciones por clostridium difficile(2), este estudio es una revisión sistemática sobre las infecciones producidas por esta bacteria y su repercusión en la salud de la persona. En este caso la clostridium difficile es la principal causa de diarrea asociada a antibióticos. En el caso de niños con autismo es habitual encontrar infecciones de oído recurrentes que son tratadas con antibióticos (En algunos casos, este tipo de otitis puede estar ligada con alteraciones en el área máxilo-facial, oral y faríngea). Este tratamiento antibiótico puede causar un desequilibrio de nuestra flora intestinal. En este caso nos hablan de la eficacia del uso de probióticos como una forma de intervención. Aunque destaca que aún falta mucha más investigación, este estudio encontró que la suplementación de probióticos es un complemento valioso en el cuidado rutinario de pacientes que reciben terapia con antibióticos.

Otro estudio publicado en la revista Cell (3) nos habla de la Lactobacillus reuteri y su impacto en las relaciones sociales, el estudio se realizó en ratones. La ausencia de Lactobacillus reuteri provocó en ratones un déficit en su conducta social.
Otros grupos de investigación están tratando de utilizar fármacos o la estimulación eléctrica del cerebro como una forma de revertir algunos de los síntomas de comportamiento asociados con trastornos del desarrollo neurológico, pero aquí tienen, tal vez, un nuevo enfoque“, señala el autor principal, el doctor Mauro Costa-Mattioli, profesor asociado de Neurociencia en Baylor. “No sabemos todavía si resultará eficaz en seres humanos, pero es una forma muy interesante de afectación al cerebro desde el intestino“, añade.
Mauro Costa-Mattioli y sus colegas de la Facultad de Medicina Baylor explican un posible vínculo a través del microbioma intestinal en este vídeo.
Reproductor de vídeo
Para empezar, los investigadores alimentaron a aproximadamente 60 ratones hembra con una dieta alta en grasa que era el equivalente aproximado de comer consistentemente comida rápida varias veces al día. Alimentaron los ratones y esperaron a que fueran jóvenes. La descendencia se quedó con su madre durante tres semanas y luego fue destetada a una dieta normal. Después de un mes, estas crías mostraron anomalías de comportamiento, como pasar menos tiempo en contacto con sus compañeros y no iniciar interacciones.
“En primer lugar queríamos ver si había una diferencia en el microbioma entre los hijos de madres de ratones alimentados con una dieta normal, frente a los de las madres alimentadas con una dieta alta en grasas. Por lo tanto, se utilizó la secuenciación del gen que codifica el ARN ribosomal 16S para determinar la composición bacteriana de su intestino. Encontramos una clara diferencia en la microbiota de los dos grupos, dice la autora principal Shelly Buffington, estudiante postdoctoral en el laboratorio de Costa-Mattioli: “Los datos de secuenciación eran tan consistentes que mirando el microbioma de un ratón individual podríamos predecir si su comportamiento se deterioraba“.
Estudios previos demostraron que el Lactobacillus reuteri aumenta los niveles de oxitocina. Los resultados sugieren que incluso la dieta materna puede afectar el comportamiento social de su descendencia (al menos en ratones) y se suma a la creciente literatura científica que muestra el microbioma o flora intestina como un actor básico en el comportamiento.
Aunque aún no entendemos adecuadamente la comunicación entre la microbiota intestinal y el cerebro, sabemos que hay aspectos bidireccionales, así como la mediación directa del nervio vago entre el cerebro y el intestino. De igual forma, la estimulación del sistema inmune y la función cerebral presentan diversos nexos. Según afirma Buffington “Ha habido muchos trabajos publicados recientemente que muestran la existencia de una comunicación bidireccional entre el intestino y el cerebro. Esta vía de comunicación se denomina coloquialmente el «eje intestino-cerebro». Los estudios epidemiológicos en humanos han demostrado que la obesidad materna aumenta el riesgo de trastornos del neurodesarrollo en la descendencia. Lo mismo se ha encontrado en primates no humanos”.
Hay cada vez más pruebas de que el microbioma, especialmente temprano en la vida, puede tener efectos a largo plazo en el desarrollo cerebral y el comportamiento“, dijo el anatomista y neurocientífico John Cryan, del University College de Cork en Irlanda, quien no participó en el estudio. “Lo que este trabajo hace es aprovechar el hecho de que tenemos nuestro microbioma de nuestras madres, y mira lo que sucede si la madre perturba su microbioma durante el embarazo“.
Un estudio del 2011(4), donde también trabajaron con ratones a lo que dieron dietas que se complementaron con Lactobacillus rhamnosus, una bacteria se encuentra comúnmente en la dieta suplementos con probióticos, experimentaron una reducción en el estrés y la ansiedad. Las bacterias también parecían causar una redistribución de los receptores del cerebro para el neurotransmisor GABA (ácido γ-aminobutírico).
Otro estudio(5) publicado en la Revista Británica de Nutrición (British Journal of Nutrition) donde se trató a ratas (que no ratones, las ratas tienen un mayor tamaño y peso) y humanos, donde se evaluó la reducción del estrés, ansiedad y depresión a través del consumo de probióticos, en concreto se usaron Lactobacillus helveticus R0052 y Bifidobacterium longum R0175. Los resultados tanto en ratas como en humanos mostraron una reducción de estos factores, mostrando que el uso de este tipo de compuestos puede ser útil en el tratamiento para la reducción de estrés, ansiedad y depresión.
Otro estudio, también publicado en la revista Cell en el 2013(6) nuevamente se incide en las alteraciones del aparato digestivo en el autismo y sus interacciones con la flora intestinal, así como los efectos a nivel de la respuesta inmune y las alteraciones en la microbiota de las personas con autismo. En este estudio, los investigadores usaron ratones modificados genéticamente a los que dieron un tratamiento con Bacteroides fragilis, tras la administración del probiótico se observo como la función intestinal se corregía y a continuación se regulaban algunos comportamientos asociados al autismo, principalmente en lo referido a la comunicación, aspectos sensoriomotores y conductas repetitivas. También observaron una regulación de la homeostasis intestinal así como una regulación de los niveles de Lachnospiraceae (una bacteria de la familia de la Clostridia).
En la reunión anual de la American Society for Microbiology, que se reunió en Boston (EE.UU) el pasado mes de mayo, Philip Strandwitz y sus colegas de la Northeastern University de Boston presentaron su trabajo(7) sobre una especie de bacterias intestinales recientemente descubiertas, llamadas KLE1738, las cuales son capaces de crecer y reproducirse solo en caso de ser alimentadas con las moléculas del ácido γ-aminobutírico (GABA). De hecho, Strandwitz explica que nada servía para hacer crecer estas bacterias, salvo GABA. Recientemente, otro equipo de científicos halló alterada la química cerebral en personas con autismo(8), donde se hablaba del impacto a nivel sensorial de esta alteración. Y vemos como nuevamente el GABA ya aparecía previamente citado en este mismo artículo referido a la Lactobacillus rhamnosus, que aunque esta no se alimenta de GABA si parece alterarla. El efecto de estas bacterias, las KLE1738, es impactar en el estado de ánimo de la persona afectada. La modulación del GABA por el microbioma intestinal podría ser uno de los canales de comunicación del eje intestino-cerebro, según afirman los investigadores.

Hay que destacar que las personas con autismo y desordenes de alimentación son mucho más susceptibles de tener este tipo de alteraciones de la flora intestinal. Parece haber una relación directa entre los desordenes de alimentación y las alteraciones del aparato digestivo, aunque no está claro qué provoca qué, si el desorden alimenticio provoca la alteración digestiva o al revés. La alteraciones de la flora intestinal suelen ser comunes en personas con obesidad o problemas crónicos del aparato digestivo y también en persona con anorexia o bulimia.
Sin embargo hay que ser cautos ante estos datos. Es obvio que los desordenes de alimentación están relacionados con las alteraciones de la flora intestinal, que parecen existir ciertos factores concomitantes a nivel genético, relacionados en algunos casos con aspectos autoinmunes, o incluso medioambientales. Pero no todas las personas encajarán al 100% en los casos expuestos en los estudios aquí mostrados. Ni tampoco es una buena idea administrar inmediatamente probióticos sin control a un niño con autismo a la espera de que este mejore sustancialmente. Pero sí podemos concluir que los aspectos relacionados con la calidad de nuestra microbiota o flora intestinal juegan un factor fundamental en nuestra salud, así como los efectos relacionados entre aparato digestivo y aspectos cerebrales, aunque esta relación no está clara a día de hoy. Es importante seguir investigando.

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